Mello Castro y Ernesto Orozco.

El pacto de silencio entre Mello Castro y Ernesto Orozco: Valledupar sin memoria

En los pasillos de la administración municipal se rumorea lo que muchos ya dan por hecho: un pacto de silencio entre el exalcalde Mello Castro y el actual mandatario Ernesto Orozco. Un acuerdo no escrito, pero evidente, en el que las críticas al pasado quedaron prohibidas y la continuidad disfrazada de cambio se impone sobre la transparencia.

Desde su llegada al Palacio Municipal, Orozco ha evitado señalar los errores de su antecesor, a pesar de las múltiples denuncias ciudadanas sobre contratos cuestionables, obras inconclusas y promesas incumplidas que marcaron el gobierno de Mello. El nuevo alcalde, lejos de abrir las ventanas de la administración para ventilar los malos manejos del pasado, ha optado por correr las cortinas y guardar silencio.

Este mutismo no es inocente. Forma parte de un acuerdo político que busca preservar intereses compartidos, redes de poder y lealtades construidas durante la campaña. Un pacto de protección mutua que debilita la rendición de cuentas y deja a la ciudadanía sin una versión oficial sobre lo que realmente ocurrió en la Alcaldía durante los últimos cuatro años.

El caso recuerda el blindaje político que rodeó al expresidente Álvaro Uribe durante y después de su mandato. Quienes lo sucedieron, en lugar de cuestionar o revisar críticamente su legado, prefirieron sostenerlo como un tótem intocable, alimentando una cultura de impunidad y continuismo. En Valledupar, la historia parece repetirse a escala local.

Pero mientras los líderes pactan en privado, los ciudadanos enfrentan las consecuencias públicas: calles en mal estado, proyectos a medias y una administración que no rinde cuentas. El silencio, en política, rara vez es neutral. Y en este caso, es cómplice.

¿Quién se beneficia del olvido? ¿Por qué Orozco, que prometía gobernar distinto, se empeña en no incomodar a su antecesor? Son preguntas que la prensa —y la ciudadanía— no deben dejar de hacer. Porque sin verdad, no hay cambio. Y sin memoria, Valledupar seguirá condenada a repetir los mismos errores, administrados por distintos apellidos.

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