En Valledupar, la Universidad Popular del Cesar (UPC) se encuentra en medio de una polémica que recuerda viejos episodios del poder en Colombia. El rector Rober Romero, actual dirigente de esta institución pública, ha iniciado movimientos para modificar los estatutos universitarios con un objetivo claro: abrirse paso hacia la reelección.
Romero, quien llegó al cargo con la promesa de renovación académica e institucional, hoy se encuentra tentado por la continuidad. Para lograrlo, propone una reforma estatutaria que eliminaría los límites actuales que impiden su permanencia en el poder. Esta jugada no solo genera inquietud entre docentes y estudiantes, sino que plantea una pregunta incómoda: ¿hasta qué punto el liderazgo académico puede convertirse en un proyecto personal?
El caso trae a la memoria la figura del expresidente Álvaro Uribe Vélez, quien también modificó las reglas del juego durante su mandato para habilitar su reelección. Aunque el contexto político y el académico son diferentes, el patrón es similar: un líder que, amparado en resultados o popularidad, busca perpetuarse mediante cambios normativos a su favor.
La Universidad Popular del Cesar no es la Casa de Nariño, pero es una institución que merece respeto por su autonomía y por su papel formador en la región. Alterar sus estatutos con fines personales es un retroceso en la democracia universitaria. La educación debe ser un espacio de pensamiento libre, no de maniobras para concentrar el poder.
En lugar de querer quedarse, Romero debería dejar un legado académico sólido, no una sombra de ambición. Porque así como Uribe marcó una época de polarización nacional, Romero corre el riesgo de dividir a una universidad que necesita unidad, transparencia y renovación.
Por Código Vallenato